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Publicado en Sostenibil...
Jueves, 17 de Julio del 2025

¿Desarrollo sostenible? Una mirada a donde realmente estamos

¿Desarrollo sostenible? Una mirada a donde realmente estamos

Estos días vi un documental sobre la situación compleja que vive la población de Cabo Verde: crisis de agua, deterioro ambiental, migración juvenil por falta de oportunidades y pobreza. Por supuesto, esta es solo una parte de la película. La otra es más bonita: islas paradisíacas donde grandes cadenas de hoteles y “resorts” ofrecen al turista una realidad completamente distinta a la que enfrenta un caboverdiano en su vida cotidiana.

Este no es un caso aislado. Podemos encontrar cientos de ejemplos en distintas regiones del mundo donde los recursos territoriales, naturales e incluso humanos son explotados sin que los beneficios se traduzcan en una mejora real de la calidad de vida local. La crisis migratoria que atraviesan muchas regiones —sin estar necesariamente en conflicto— no es casualidad.

Y entonces me pregunto: ¿qué pasó con aquel compromiso que los países asumieron hace años en nombre del desarrollo sostenible? Ese que se articuló bajo la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos. Si revisamos el último reporte de Naciones Unidas (The Sustainable Development Goals Report 2025), estamos demasiado lejos de lograr lo que nos comprometimos. En los casos donde hubo ciertos avances, hoy se observan retrocesos que revierten los pocos logros alcanzados. 

Vivimos en una época de abundancia que hubiera sido envidiable para reyes y príncipes de siglos pasados, y aún así, el 8,9% de la población global sigue viviendo en condiciones de pobreza extrema. Las ganancias derivadas del aumento de la productividad no se tradujeron en mejoras para quienes más lo necesitan, ni en aumentos salariales para la clase trabajadora. En cambio, siguieron acumulándose como capital en los sectores más ricos, profundizando aún más la desigualdad.

La producción y consumo “sostenibles”, que suenan bien como declaraciones, no resisten la realidad. Aunque se celebra la expansión de la infraestructura productiva, las brechas entre regiones se profundizan. Las emisiones globales de CO₂ alcanzaron 37,6 gigatoneladas en 2024, un 8,3% más que en 2015. Si bien las emisiones en procesos industriales decrecieron —posiblemente por mejoras tecnológicas—, el uso de gas natural y carbón sigue creciendo, a pesar de la expansión de las energías renovables.

La basura electrónica rompe récords, mientras los esfuerzos por gestionarla son escasos. Solo en 2022, 96 billones de kilogramos de equipos eléctricos y electrónicos ingresaron al mercado global (50% más que en 2010). De ellos, 62 billones se convirtieron en basura, y apenas 22,3% fue tratado adecuadamente. Esto representa un retroceso frente al 2010. Y se proyecta que para el 2030 esa cifra alcanzará los 82 billones de kilogramos. ¿Entendimos mal las metas que debíamos alcanzar?

El consumo global de materiales creció de 92,1 a 113,6 billones de toneladas métricas entre el 2015 y 2022, un 23,3% de aumento a nivel global y 132% solo en América Latina. Nuestros patrones de consumo generan impactos mayores que el crecimiento demográfico en sí, y ponen en jaque nuestra capacidad para gestionar los residuos, en especial ante la crisis del plástico, que ni siquiera fue mencionada en el informe.

Las problemáticas ambientales no sólo persisten: se agravan. A pesar de algunos avances aislados, la explotación intensiva de océanos, bosques y suelos supera con creces los esfuerzos por revertir sus efectos. Eso sí: hay un indicador en el que claramente mejoramos. Hoy, 96% de las 250 empresas más grandes del mundo y el 79% de las 100 principales publican informes de sostenibilidad. Se ha convertido en un estándar empresarial. Pero frente a los datos, uno no puede dejar de preguntarse: ¿se trata de sostenibilidad o de marketing corporativo para atraer clientes o inversionistas?

Desde una mirada económica, los avances son innegables: acumulación de riqueza, expansión productiva, eficiencia tecnológica; esto a pesar de las recurrentes crisis en el que se encuentra atrapado el capitalismo económico. Pero, ¿no se suponía que el desarrollo sostenible venía a transformar el business-as-usual? ¿O acaso fue solo un somnífero discursivo para quienes reclamamos un cambio de rumbo?

El propio Enrique Leff lo advirtió: al intentar converger múltiples intereses y preocupaciones en una sola agenda, se diluyeron las diferentes visiones de países, pueblos y clases sociales así como las contradicciones entre ambiente y desarrollo. Así la sostenibilidad se constituyó en un mecanismo astuto que soslaya las preocupaciones ambientales y estructurales, mientras refuerza los mecanismos de mercado como solución a los problemas que este mismo crea. No es casual hablar de externalidades, servicios ambientales y de economía verde.

Más preocupante aún es que, cuando se diluyen esas contradicciones, se oculta el núcleo de los conflictos ambientales: el acceso desigual a los bienes naturales y a los medios tecnológicos de producción, que son los que finalmente determinan la apropiación de la riqueza (Saber Ambiental, Leff, 1998). Esas son las luchas que se dan en los territorios, donde comunidades enteras enfrentan el poder corporativo sin recursos, sin respaldo y con Estados coaptados por intereses económicos y financieros globales.

Todo esto se vuelve aún más evidente al observar quiénes abanderan hoy el discurso de la sostenibilidad. En 2022, asistí al Primer Congreso de Desarrollo Sostenible en Argentina. El evento estuvo marcado por visiones empresariales, patrocinado por grandes corporaciones, sin espacio para voces alternativas: ni jóvenes, ni comunidades, ni recicladores, ni defensores de bosques, aguas o derechos animales. Faltó una reflexión ética y profunda sobre los valores y cambios que como sociedad necesitamos. El summit de este año, fue más de lo mismo.

No estoy en contra de que las empresas mejoren sus procesos o reduzcan sus impactos, de hecho, valoro el poder contribuir con ese esfuerzo. Pero no podemos seguir construyendo un relato de la sostenibilidad vacío, ambiguo y funcional al status-quo. Si realmente queremos transformar el sistema, tenemos que partir de una construcción colectiva de la realidad, y no de una ilusión sostenibilista y acomodada.

Necesitamos dar pasos hacia una verdadera transición, que sea sustentable ambientalmente, ética y profundamente humana. Y esto no tiene que suceder en otro planeta, sino aquí en la Tierra. Basta de discursos vacíos, ¡empecemos ya!